viernes, 9 de septiembre de 2011

Y, en el silencio, se manifestó el Señor.

Para mí, la experiencia vivida en Cuatro Vientos, durante la Vigilia, tuvo un paralelismo  inconfundible con la experiencia que se relata, en el Primer Libro de los Reyes, sobre el profeta Elías, desmoralizado, cansado, esperando al Señor.

Mientras acechaba la tormenta o hacía acto de presencia, durante el vendaval o bajo la lluvia, se escuchaban distintas expresiones y se actuaba de formas distintas: unos jaleaban los rayos, otros se asustaban, algunos, los menos, marchaban. ¡Firmes en la fe!. ¡El Señor está en el rayo! ¡El relámpago es fuego y el fuego es el Espíritu! ¡Y en el agua!...
Muchos sólo observábamos expectantes, esperábamos, habíamos acudido a la Vigilia por ditintos motivos, supongo...

 

Se levantó un fuerte vendaval, se fue el sonido, la pantalla, la luz. Los cantos se extendían como una ola, comenzaban cerca del altar y se oía como el 'rugido' se acercaba hasta que llegaba a nosotros, que no sabíamos lo que ocurría. Entonces nos uníamos a esa 'ola' que se acercaba con nuestros cantos y rompía más allá de nosotros con los cantos de otros peregrinos que estaban aún más lejos. 




Entonces la ola no fue de cantos, fue una ola que traía el silencio, un silencio como jamás he sentido. No cabía otra postura, la adoración, todos de rodillas de forma prácticamente simultánea, entonces volvió la luz, el sonido y la imagen en la pantalla: El Papa con la Custodia en primer plano.


En ese profundo silencio surgió en mi corazón la imagen de Elías en la cueva.

Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor preguntando: "¿Qué haces aquí Elías?". Y él respondió: "Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela". Le dijo: "Sal y permanece de pie en el monte ante el Señor".
Y allí, como Elías, estábamos todos, habíamos acudido al encuentro con Jesús, permanecíamos de pie en Cuatro Vientos, expectantes.
Entonces pasó el Señor y hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunque en el huracán no estaba el Señor.
Hubo un violento vendaval: no se hendieron las montañas, si alguna de las carpas, no se quebraron las rocas, sí aquellos que esperaban que huyésemos de forma despavorida y algún que otro paraguas.

Después del huracán, un terremoto, pero en el terremoto no estaba el Señor. Después del terremoto fuego, pero en el fuego tampoco estaba el Señor.
Después del vendaval, truenos, relámpagos y una fuerte lluvia, pero nuestros cantos no cesaron, simplemente nos cubrimos y esperamos.





Después del fuego el susurro de una brisa suave. Al oirlo Elías, cubrió su rostro con con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: "¿Qué haces aquí Elías?" y él respondió: "Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y
buscan mi vida para arrebatármela"....

Y llegó el silencio y, como Elías, doblamos nuestras rodillas y bajamos la mirada al suelo, firmes, de rodillas, nos mantuvimos ante la presencia del Señor, expresándole nuestros porqués, nuestros motivos para estar allí, esperándole a Él y recibiendo su consuelo, su paz...


..."Dejaré un resto de siete mil en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron." (1 Re 19, 9-14. 18)

Y allí estábamos algunos de esos siete mil, con las rodillas dobladas ante el Señor, ante nadie ni nada más...
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Finalmente no estaba el Señor en la tormenta, ni en los relámpagos, ni en el viento, ni en la lluvia, el Señor llegó con inmensa majestad en medio de un impactante silencio...

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